Mateo Herrera

León de las Aldamas, Guanajuato, 1867 - Ciudad de México, 1927

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Archivo Fotográfico






BIOGRAFÍA - MATEO HERRERA (León de las Aldamas, Guanajuato, 1867- Ciudad de México, 1927)


Mateo Herrera es un artista singular, tanto por su trayectoria, como por sus esfuerzos y sus logros. Siempre dedicado a lo suyo, desde su llegada a la Escuela de Bellas Artes de San Carlos en 1886, donde será alumno, maestro, restaurador, investigador, condiscípulo y amigo, se concentra en trabajar arduamente en las aulas de sus pintores preferidos: Santiago Rebull, José María Velasco y Felix Parra. Según los anales de San Carlos, en la exposición de 1898, ya como ex alumno, exhibe un paisaje y la composición de academia con tema clásico sobre Edipo y Antígona. Resulta premiado, y a partir de 1899 no pierde paso en el escalafón del cuerpo docente. Recibe el nombramiento de profesor interino en la técnica de la acuarela, más tarde será ayudante de la clase de dibujo de ornato en 1901, colaborará en la integración del programa de enseñanza de la acuarela en 1902, se ocupará de uno de los cursos de geometría en 1903, y así sucesivamente hasta alcanzar la conservaduría en 1916 y, por fin, la dirección de la academia en 1918. 

En 1905 heredó la beca que gozaba Argüelles Bringas y pudo viajar a Madrid donde estudió la obra de Velázquez, Ribera y Goya. A partir de esta fecha realiza varios viajes a Europa donde lleva a cabo estudios y tareas de rutina, como copias a tamaño reducido de cuadros famosos, entre otros Las Meninas, y se interesa en diversas técnicas de pintura y de restauración. Así mismo conoce a la que será más tarde su mujer, la española Balbina Rodríguez.

De regreso en México, trabajó también para el Museo Nacional de Historia con el nombramiento de conservador, lo cual le permite tener a su cargo el manejo de las obras que se exhiben en las salas, tanto del museo, como en las galerías de San Carlos, elaborando continuos informes de su ubicación en un lugar o en otro de acuerdo con los programas de trabajo. Es así como lleva a cabo sus famosos catálogos de pintura antigua, que por mucho tiempo sirvieron de básico informe para saber en qué consistían las colecciones oficiales de pintura. 

Todos los géneros pintables, figura humana, composición histórica, paisaje, naturaleza muerta, son condensados en sus obras. Acerca de Mateo Herrera, escribe Javier Pérez de Salazar: “pintaba hasta las cosas más simples y sencillas de la vida, donde en todo encontraba un lado estético y motivo de inspiración”. 

En su pintura de paisaje -su primera obra premiada fue un paisaje en 1898- Mateo Herrera expresa una imagen acorde con la unidad de la visión, o sea, su propósito es reproducir e interpretar el paisaje, no como suma de innumerables detalles que coexisten y se consideran cada uno aparte, sino como una unidad óptica dentro de la cual ningún fragmento deja de ser parte del todo, funcionando como tono del color. 

Herrera no es pintor de amplios panoramas o de lugares inexplorados, sino que tiende a concentrarse en el esplendor intacto de un rincón mágico por su luz, a veces inhabitado, a veces ocupado por una construcción arquitectónica o una calle de pueblo.

La luz reina en todos sus cuadros, ya que desde el inicio de su trayectoria, de la mano de José María Velasco, o por sí mismo, lleva a cabo profundos estudios sobre la luz de su entorno y su contraparte, la sombra. Esta tarea continua lo convierte en un pintor de ojos abiertos y pupila alerta, para quien la óptica del paisaje circundante es el resultado de lo indiscutible telúrico. Se habitúa a percibir la geografía de la luz y a captar las diferencias de luminosidad. 

(Fuente: "El Arte de Mateo Herrera" por Berta Taracena, Ediciones la Rana, Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato)